El paso de RGB a CMYK provoca cambios tonales en la impresión.
La calidad de la impresión es fundamental a la hora de emprender un trabajo de corte profesional. Cualquier buen diseñador o fotógrafo sabe que la impresión es, más que el último paso necesario de cualquier proyecto, un momento fundamental, que debe de cuidarse hasta los últimos detalles, para conseguir unas características adecuadas. Variaciones de color o aberraciones cromáticas aparecen frecuentemente en las pesadillas de los profesionales y son elementos a evitar en cualquier caso.
Pero en ocasiones quienes solicitan un trabajo profesional de impresión no son, a su vez, profesionales de artes gráficas y tratamientos de imágenes, por lo que pueden quedar sorprendidos de diversos aspectos de la misma.
Principalmente, nos referimos al cambio cromático que sufre en ocasiones la imagen desde la pantalla del ordenador hasta la impresión propiamente dicha. Estas diferencias vienen relacionadas con el paso de un esquema de color RGB a otro CMYK:
El esquema RGB (Red, Green and Blue, o rojo, verde y azul) utiliza combinaciones de estos colores para crear millones de otros colores fuertes y combinaciones, y es el usualmente utilizado en las pantallas de televisión y ordenadores. Sin embargo no se usa en impresión offset, donde el esquema usado es el CMYK.
El esquema CMYK trabaja en cuatricromía, con los colores cyan, magenta, amarillo y negro. Estos cuatro colores se mezclan con diversos porcentajes para conseguir cualquier tono, representado el 0% una adición de nada de color y el 100% una adición por completo del color indicado. Es decir, el color amarillo al 100% dará como resultado una impresión en amarillo. Es este el sistema utilizado en la impresión offset.
Evidentemente con lo anterior ya se ha respondido sucintamente a la pregunta de por qué, en ocasiones, la pantalla del ordenador no muestra exactamente los mismos colores que una impresión, por buena y profesional que sea esta. En realidad estamos viendo reproducciones realizadas con diferentes criterios de color que, aunque casi siempre coinciden, no lo hacen al cien por cien. Algo inapreciable, en cualquier caso, en la inmensa mayoría de los trabajos, pero que resulta visible en ciertos proyectos realmente específicos.
Estos cambios tienen que tenerse en cuenta por parte de los diseñadores. Así, por ejemplo, en CMYK hay muchos que cometen el error de fijar, por ejemplo, el negro al cien por cien en la escala y los demás colores cayendo al cero por ciento, por lo que se crea un negro poco saturado, con un tono diluido poco agradable. Para conseguir ese tono negro saturado lo ideal sería combinar el 60% del valor cyan, el 40% del color magenta, el 40por ciento del amarillo y el 100 % del negro. De esa forma sí que se consigue el efecto deseado. Es, en cualquier caso, un ejemplo de cómo este formato de impresión debe de ser tenido en cuenta por diseñadores y fotógrafos a la hora de establecer el formato final de la imagen para conseguir los efectos deseados.
Ambos procesos (CMYK y RGB) tienen sus ventajas e inconvenientes. En RGB se pueden producir muchos más colores, aunque la conversión a CMYK no sea, como vimos, exacta, por lo que la carga de los archivos deberá de hacerse en CMYK, algo que permiten la mayoría de los programas. Por su parte, este sistema tiene también algunos defectos, principalmente la dificultad para reconocer el color azul y algunos problemas con los rojos oscuros, por lo que el cuidado al trabajar con estos dos tonos debe de ser máximo.
En cualquier caso, resulta claro que el conocimiento de ambos sistemas de color es absolutamente necesario para poder prestar un servicio profesional, y el propio diseñador debe manejarlos con soltura para hacer correctamente su trabajo.